Estoy indeciso si ponerle introducción o no. Y como escribir es la única forma de realmente pensar, lo pienso en blanco y negro. Por lo general no pongo sueños porque después de harta psicoterapia me he dado cuenta de que en realidad sí muestran parte de uno. Pero como esto no lo lee nadie —qué mala onda por si hay alguien que en realidad sí lo lea— entonces creo que no importa. Además ¿qué tanto se podría traicionarme un escrito vomitado del subconsciente? ¿Que tengo pensadillas de zombis (que por cierto me encantan)? ¿o que no he podido superar cierta película? Al fin y al cabo da igual, pa eso es el blog. (Ya ves al final sí dejé la introducción) He de adevertir que está en un lenguaje más coloquial que el de costumbre.
Soñé con zombies. No lo recuerdo bien porque escribo a las
Estábamos en una ciudad oscura. Nos perseguían los zombis. De repente mi “pandilla” y yo llegábamos a una casa donde estaba Jorge mi hermano, estaba viendo tele y comiendo palomitas —bastante extraño considerando la situación—. Nos recibió. Y al preguntarnos si nos habían seguido volteamos a ver al último del grupo quien se alzó de hombros. No recuerdo si yo era el encargado de no ser seguidos o si en realidad no había sido mi culpa. Pero me puse muy nervioso, sabiendo que la había cagado.
—Tenemos que movernos —alguien sugirió.
—Yo no me muevo —dijo Jorge.
—Jorge, guey, tenemos que… no tardan en llegar las hordas de zombis. —le dije.
En eso llega una especie de líder de zombis. No era un zombi como tal; era más bien un güey grande de espaladas enormes, vestido con capa tipo drácula y muchos adornos. En cuanto empezó a amenazarnos caminé valientemente hacia él por la mesa en la que yo estaba parado. Agarré una corcholata y una resortera; le disparé y aventé la resortera para eliminar evidencia (no me preguntes por qué sonaba una buena idea despojarme de mi única arma). La corcholata no le dio al mero malo, sino que le pegó a la pantalla de plasma que estaba detrás de él sacando muchas chispas.
Uno de mis amigos me aventó una bola de queso Oaxaca como del tamaño de una lechuga. Y como todos sabemos es un efectivísimo explosivo (aaa bendito el mundo de los sueños). Saqué uno de los dos encendedores Bic chiquitos (sabía como un hecho que traía dos) y prendí el queso, que se empezó a consumir como queroseno. De pronto, se me acercan un par de zombis enfurecidos; corté un buen trozo-hebra de queso y se los aventé encendido. Era una plasta ardiente que surtió un efecto de maravilla y los ahuyentó.
Luego metí la bola de queso a una de esas estufas que usaban antes para la calefacción (donde ponían carbón o turba) cerré la tapa y me agaché cual si fuera un mortero (de los fuegos artificiales que son las bombas como de disnelandia). ¡BOOOOM! Efectivamente resultó una explosión como tal, como si fuera de pólvora —pólvora de Oaxaca, tal vez J— que hizo estallar con fuego toda la tubería de la casa, dándonos oportunidad para escapar entre los aturdidos zombis. Después me levanté porque tenía que hacer pipí. Eran las
Después de volverme a dormir aparecieron de nuevo los zombis. Pero esta vez yo era Wolverine (en el cuerpo y músculos de Hugh Jackman, por supuesto) y estaba de espaldas a Gambit (el de la caricatura de los 90s ahora sí, no la mariconada de la película). Con mis garras destrozaba zombis que eran partidos por mitad nomás se acercaban a mí. Justo después mi visión migró al cuerpo de Gambit —como que mi subconsciente se puso celoso de ser Wolverine— y ahora peleaba con mi bastón y cartas. Las cartas se enterraban hasta la mitad como si los zombis fueran de mantequilla, y explotaban cual barrenos en J.I. Joe’s de masa.
Era una sensación demasiado buena la de destrozar zombis con cartas explosivas o rebanarlos con mis seis cuchillas. Y eso de alternar los personajes favoritos está genial. Además tenía un buen trabajo de producción cinematográfica y una fotografía de no mames. Giraba la escena al estilo Matrix, luego vista en primera persona. Las acrobacias se sentían completas y los golpes también.
Después desperté por el calor (almost summertime in Mexico City) y me volví a dormir. Debería de haber una antesala a este sueño porque no lo entiendo. Estábamos en una escalera eléctrica abarrotada de gente: una mujer de la vida alegre pero reformada (creo) un amigo (no se cuál) y yo. Al parecer la mujer esta nos había hecho un favor, que ya había terminado; mi amigo y yo teníamos un vuelo que tomar; y yo había perdido mi cartera —en contraste con la pérdida de la vida real de mi celular—, por lo que no tenía identificación ni boleto ni nada cómo acreditar mi lugar en el vuelo.
Por cierto la escalera eléctrica estaba en un centro comercial, y la terminal estaba en el último piso del “mall” (¡claro donde están todas las terminales aéreas del mundo! Nuevamente, bendito el mundo de Morfeo). Faltaban 34 minutos para el vuelo, si no llegábamos en 4 lo perderíamos. Y yo sin ninguna identificación ¡vaya aprieto!.
Para colmo, de la nada mi amigo se pone violento. Se empieza a reír de la mujer —que había sido súper amable con nosotros hasta ahora y que era violentada por mi amigo por algún prejuicio—. Gritándole la retahíla más ofensiva que he escuchado jamás la empuja y cae en una plataforma intermedia que flota en medio de la nada. Ella está totalmente sacada de onda. Igual de desconcertado, yo me quedé paralizado viendo a la mujer en la plataforma y, con mi cara de asombro, a mi amigo. Al llegar al final de la escalera la volví a ver. La ví con ojos de disculpa y quería bajar a ayudarla pero había una multitud que subía y yo tenía 4 minutos para llegar al avión. Traté de lanzarle mi mirada de mayor disculpa —la cual me devolvió con una de profunda decepción e ira—, dí media vuelta y me fui.
—Nos quedan cuatro minutos —le dije a mi amigo.
—Voy a ver tiendas —contestó
—No, guey no vamos a alcanzar.
—Claro que sí.
Le supliqué, traté de convencerlo hasta que desesperado y resuelto a irme sin él pregunte:
—Neta ¿Te vas a quedar? —Y como tratando de provocarme sonrió y lenta y cínicamente dijo:
—Si.
Salí corriendo a la próxima escalera eléctrica —había que rodear la plaza como en cualquier centro comercial—. En cuanto bajé (osea llegué al piso de arriba) me encontré con el mostrador de la aerolínea. Nuevamente no recuerdo cuál era pero según yo era alguna como Oceanic Air o Ajira Airways. El tipo del mostrador me pidió mi identificación y le expliqué. Se puso bien mamón en la postura de “el sistema no me lo permite”. Le dije que quedaba todavía uno o dos minutos para la entrada, a lo que me contestó con un “ese no es el problema”.
—¿Entonces cuál es? —pregunté.
—Parece que ya hay alguien sentado en sus lugares y como no tiene identificación para comprobarlo no hay forma de bajarlo.
De pronto me acuerdo de la mona en la plataforma. La imagen se aleja de mi, gira, y baja rápidamente hasta donde está la puta (ahora sí se merece ese vocativo), hablando por teléfono riéndose en venganza.
Regresa a mí la imagen, estoy todavía discutiendo y el señor parece disfrutar verme tan tenso. Obviamente la putarraca y él tenían un acuerdo para vengarse de nosotros por haberla maltratado. A los 15 minutos de discutir llega mi amigo. Yo no estaba seguro de estar contento o encabronado con ese baboso. Le explico la situación y se une a la alegata. Por lo menos ahora somos dos contra uno.
—Si no le hubieras hecho esas pendejadas a la morra esa —le dije.
—Eso qué, este güey no puede hacernos esto.
—Al parecer puede —justo en ese momento, como si me acordara de algo muy bueno (tal vez, por la desesperación ya estaba empezando a dominar el consciente), llegó a mi recuerdo la revelación de que podía controlar la mente de las personas con solo tocarlas. Igualito que Silver Fox en la reciente movie —que al parecer no logro superar—.
El tipo estaba totalmente negado a ayudarnos porque disfrutaba hacernos sufrir. Así que no tuve más opción que poner la yema de mi dedo sobre la mano con la que tecleaba (seguro el messenger). Con un efecto especial chafa, una onda luminosa recorrió su cuerpo desde donde había hecho el contacto hasta llegar a la coronilla, desorbitándole los ojos. Yo sentí mi control sobre él, tal como lo describe J.K. Rowling con su Imperius.
—Nos vas a dejar subir al avión —oredené.
Con los ojos en otro sitio, contestó:
—Sí claro, ahorita les doy sus pases de abordar.
Mi amigo desconcertado volteó a verme. Yo sin más lo toqué también.
—Cállate.
Obedeció como robotcito, con completa sumisión, aaa qué sentimiento tan agradable.
Desperté.
4 comentarios:
esta buenaso tu sueño jajajaja deja de ver tantas peliculas tan fumadas!
Un saludo!!
No, no debería dejar de verlas porque si no perdería ese tipo de sueños jaja. Un abrazo!
Oye tengo un post EN CONTRA del voto nulo, luego lo pongo.
Como vez, no tengo nada que hacer y estoy pendejeando en tu blog, tu sueño me hizo reir mucho... sobre todo las bolas de queso oxaca marca TNT jaja
Pues ya sabes eres bienvenido al blog cuando quieras jeje. Sí cuando desperté dije "¿era queso Oaxaca explosivo?" Y luego me cagué de risa.
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