No creo que anular el voto sea buena idea. Propongo este ejemplo: Tienes que realizar un trabajo —participar en la democracia— imagina mmm clavar un clavo. Te dan para hacerlo una sola herramienta, las demás herramientas las puedes usar pero no te la están dando peladitas y en la boca. Para enterrar en la pared esa dura espina metálica te ofrecen como herramienta la elección de: una manzana (probablemente engusanada), una naranja y un pepino, y otras cosas inútiles, como un pollo, una uva y tal vez se alcanzó a colar un martillo de 1 cm de alto. Sabes que ninguna de las herramientas hará el trabajo, y sabes también que probablemente alguna de las herramientas más chiquitas tenga la forma correcta pero sea demasiado pequeña para lograrlo.
Anular el voto es como tirar todas esas herramientas a la basura y ni siquiera hacer el intento de golpear el clavo con una fruta (o con cualquier cosa). Tal vez sepas que las frutas —o el pollo— no son la única herramienta; pero estás demasiado empeñado en que no sirven que no quieres salir a la calle a buscar el martillo, taladro o una bomba atómica si quieres.
Te propongo, primero que busques todas tus herramientas. No esperes que papi te lo de todo en charola de plata. Y después si no quieres buscar, por lo menos escoge una opción. Puede ser que de un frutazo, y con mucha suerte (un punto blando al clavar), se logre hacer la chamba.
Desperdiciar tu voto no sirve de nada ¿por qué no hacer con esa papeleta gestos que sí sirven? Existe el voto de castigo. Si no te gustan las tijeras, vota por la piedra; si no te gusta la piedra vota por el papel. En Francia funcionó y de puro voto de castigo casi hacen que LePen —ese de ultraderecha que nadie quería— llegara al poder. Gracias a la segunda vuelta, los votantes dijeron “hijoles; no, siempre no lo queremos” e hicieron que ganara Jaques Chirac por una abrumadora mayoría. En México lamentablemente —o más bien afortunadamente, imagínate lo que costaría— no tenemos más que una vuelta. Pero te aseguro que de puro voto castigo la balanza ya se ha inclinado en el pasado.
¿Qué hay de mi derecho de decirle a los candidatos: “ninguno de ustedes me convence”? ¡Hazlo, díselo! Pero date cuenta de que en esta vida —o por lo menos yo sí lo he notado— la cosa no se trata de escoger la mejor opción. Se trata de sacar lo mejor de la opción menos peor. Sea cual sea, tenga o no oportunidades de ganar, analiza las propuestas (te costará un rato encontrarlas pero el que busca encuentra), y después de quitar toda la caca que se han tirado unos a otros, verás que hay alguno que más o menos concuerda con lo que tu quieres; aquel diminuto martillito que puede que sea capaz de clavar ese clavo. Si no, por lo menos habrá alguno que representa totalmente lo opuesto a lo que quieres y podrás votar por el opuesto. Si de plano no, está bien, ve a hacer tu berrinche.
Sí, reitero que ir a anular tu voto es hacer un berrinche (y Dios sabe cuánto odio los berrinches). Ir a patalear a la casilla porque ningún candidato te convence. Los berrinches no construyen, son infantilismos que no ayudan nada al movimiento político que tantos millones de pesos nos cuesta. Las reglas del juego te las presenta el IFE: tienes dos opciones: subirte al tren y tratar de sacarle el mayor provecho a este —si quieres, podrido— mecanismo; o de plano ir a manifestar tu rabieta porque no te gusta como se están haciendo las cosas.
Si piensas anular tu voto, okéi hazlo, pero ten en cuenta que estás haciendo una pataleta de un día, en una democracia que está como está porque la ejerces una vez cada tres años. Deja de ejercer la democracia sólo por un día y aprovecha ese hueco de 1095 días entre elección y elección para hacer que se cumpla esa utopía de “lo que el pueblo quiere”.
Nota extra: Hay que admitir que por lo menos papi Gobierno nos da alguna herramienta ¿Que no es suficiente? A bueno ese es otro asunto. Pero agradece que no vives en donde mismo que la generación Y. Tal vez si no pudiéramos votar seríamos más participativos.
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