jueves, 23 de julio de 2009

Anónima

Bajaba del vestidor. Yo esperaba en la base de las escaleras. Descendía con tal gracia que las amplias escaleras de simple concreto se convirtieran en los galantes escalones del castillo de Bestia. Bella bajaba, con su vestido azul vaporoso. En estas latitudes tropicales el vestido fastuoso es un hipnotizante vestidito que permite las corrientes de aire, que a su paso destaca las curvas y líneas perfectas. Ese ligero vestido que muestra sus hombros finos, celestialmente delineados. Las delicadas muñecas y los frágiles tobillos, coronados por unos casuales flats que parecen no molestar al suelo con el peso de la doncella. Ella bajaba flotando yo la miraba. La admiraba. Mi vista boquiabierta regresó a las clavículas, gratas líneas rectas que suben al cuello y revelan las facciones más finas que el hombre haya presenciado. Su piel bronceada, sus labios que le combinan, su rostro divinamente natural. El pelo en caída acariciándole sus suaves hombros. 

De pronto mis ojos en los suyos, por un segundo los suyos en los míos. Una explosión, el mundo se detiene. Ella. Yo. Luego agacha la cabeza y con vergüenza se toca el pelo. Los escalones se hacen escasos, su angelical descenso termina.

Y como siempre, no hago nada. Ella se aleja. Se dirige a realizar su vida, sin mí. Cada vez más lejos. Podría preguntarle su nombre, luego quizás, su teléfono. Si esta parálisis me liberara, diez minutos. Dame diez minutos. 
 

Epígrafe. Esto podría ser una noveleta, o no; Guarever.

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