jueves, 19 de marzo de 2009

Las Leñas o Las Lenchas

Hoy fue día de paga. Salí de nadar hambriento como de costumbre y como me da una flojera inmensa cocinarme en la noche decidí ir a cenar. Haciendo énfasis en que hoy me pagaron me quise permitir ir a un restaurante de más catego que mis habituales tacos. Nimodo mi exilio voluntario me hace ir a restaurantes solo –no es tan malo, por cierto- y para restaurantes Cuernavaca es bueno. 

Caí en Las Leñas, una parrilla argentina. No son mi máximo pero estaba disponible y podré juzgar más objetivamente. Después de sentarme y empezar a comer solo, aburrido, decidí mejor escribir. Pensé que sería buena la idea de hacer una crítica del restaurante. Empecé a hacerla pero en ese momento oí algo que me hizo darme cuenta cuan aburrido sería solo criticar la comida. Así que me ahorro la aburrida crítica, al grano, $250 por persona y una calificación de 5/10. 

Cuando calificaba un mordisco escuché sin tanto querer a los de enfrente...
-Oye ¿no sabes dónde hay un cantabar?- le inquirió uno de los cuatro comensales a la mesera.

Definitivamente chismorrear es mucho más divertido que calificar. No me pega en el orgullo de macho porque calificar un restaurante es casi tan gay como escuchar sin querer queriendo al de al lado, aparte tenía un semejante pedazo de carne en mi plato que le quita cualquier intento de feminidad a lo que sea. 

Como decía... I was dropping some eaves. Aunque los chismeados estaban algo lejos, no había despegado el oído mientras masticaba. De los cuatro que había quedaban dos señores, pasados los cuarenta y con los habituales signos de todo querendón, estaban ligando. Lo que parecía una plática casual casi me hizo voltear y agradecer estar oyendo en ese momento.

-¿nunca habías deseado estar así conmigo?- Dijo el señor, nota que dijo deseado (lo escribí en una servilleta, no exagero).

La mujer solo levantó los hombros y posiblemente dijo algo pero no lo alcancé a oír ¡Maldición, mujer, habla más fuerte, que no vez que estás siendo espiada! 

Después de eso intercambiaron cosas inaudibles...

-Mi esposa es lesbiana– Esa fue la frase que me hizo casi voltear y escupir el trago de coca. Toda la conversación que sigue está cortada porque esto fue lo que logré oír.

-Ella diseño mi casa- Dijo él. La mujer de enfrente, que obvio no es su esposa lesbiana, solo lo miraba. Pasaron unos segundos. Ella preguntó:

-¿Por qué o qué?

-Es algo que no se puede vivir con eso– luego el tipo sacó su celular y le enseño fotos de sus hijos (se nota cuando alguien enseña fotos de sus hijos). Después de unos minutos lo último que alcancé a oír fue del señor.

-Le dije, sabes qué, Ivonne disfruta tu vida- Citándose, volviendo al momento cuando su mujer le confesó su homosexualidad.

El resto de la conversación es irrelevante y además ya no oí más. Pero esto me dio tanta risa que ahora cada payday me voy a ir chismear a un restaurante. Creo que eso dependerá de si la mesera se presta para entablar una conversación –no como la gorda mamona de Las Leñas- pero si estoy aburrido espiaré, claro sin querer, lo juro. 

Me pareció sano es que el marido engañado por la lesbiana ya está saliendo con viejas: ¡guey, eres libre, vete al bule por una piruja y disfruta lo que te queda de vida! Y en cuanto a la lesbiana que decidió salir del clóset casada y con hijos, mucha gente diría “qué poca madre”. Creo que no son las palabras adecuadas, más bien debería ser “qué pendeja”. No por salir del closet sino por no haberlo hecho antes. No sé cómo pudo haberse privado de tantas chichis durante tanto tiempo y encima tenía que soportar a un gordo. Si quería hijos, es otra cosa aunque para eso solo falta hallar algún borracho o un banco de semen. Ahora que salió del closet que lo disfrute, se consiga un par de tetas y que sea feliz.  
  

 

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