Parte de mi helvetización implica tomar el tren a la misma hora todos los días. 7.16 sin fallo, estoy montado cada día en el interRegio. Al llegar a mi destino camino invariablemente 9 minutos 34 segundos hasta la maquina de checar. Para reforzar la helvética noción de la rígida rutina, en esos 9’34 minutos me cruzo -casi sin falta- con un viejito y su perrito.
No es que sea adepto a los diminutivos pero si no me refiriera a esa persona como viejito, y usara un término lingüísticamente más correcto como anciano, en mi mexicanidad se podría interpretar como término hostil o bien no representar la edad de la persona. Todo mundo sabe qué tan viejo es un viejito pero no es tan fácil saber con cuantos años cuenta un adulto mayor o alguien senil. Bueno y perrito porque es un perrito, algo así como un salchicha-chihuahua. Horrendo si he de añadir (me refiero al perro).
Total, viejito y perrito pasean en mi camino. Cada mañana le dedico (me refiero al viejito) un Guete Morge! Hace nueve meses se sorprendía cada vez que yo, un completo desconocido, le dedicaba mi ¡Buenos días! Ahora ya no, ahora hasta me contesta incluso antes de que termine mi frase.
Me pregunto si soy el único que le dirige la palabra en su paseo diario. Me pregunto también si le genera algún sentimiento. Pero me pregunto con más intriga si dentro de dos semanas se preguntará ¿qué habrá pasado con ese chavo que me deseaba los buenos días?
2 comentarios:
Por lo menos saludar o desearle buen día a la gente hace sonreír yo creo que con eso es suficiente para tener un mejor día.
Yo creo que si se va a preguntar "¿qué habrá pasado con ese chavo que me deseaba los buenos días?"
Mmmm pues ojalá sí se pregunte, pero creo que nunca lo sabremos. A mí también me pone de buenas que me saluden o saludar a los desconocidos y me frunce de entrada me caga la gente a la que hay que arrancarle el Buenos Días.
¡Buenos Días!
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