Hace tiempo el niño de Martina me pidió que fuera su padrino de primera comunión. Por “me pidió” entiéndase que Martina me dijo a mí y luego cuando el morro me vio soltó un torrente de incomprensibles articulaciones orales. Cuando venció su miedo, salió de detrás de su madre y repitió la tormenta de sonidos. Lo exhorté a que se tranquilizara, a que vocalizara y que repitiera. Cabizbajo logró articular sonidos comprensibles. Ahora contesté yo mi respuesta fingiendo no saber a que se debía que me abordara con preguntas. Yo ya sabía lo que el niño (o los papas del niño) quería, pero al parecer él no. Es chistoso que me haya pedido apadrinarlo si ni siquiera se atreve a dirigirme la palabra.
La primera comunión transcurrió sin grandes inconvenientes. El mayor de ellos, claro, fue que al padrino le toca pagar la mayor parte de los gastos. Que aunque su condición económica es limitada, la de los sacerdotes y catequistas parece no serlo o no importarles. Todo lo del evento fueron alrededor de 1000 pesos, agradezco de esta forma el subsidio paternal con el que contaba.
Vuelvo a la ceremonia, la cual, repito, transcurrió sin inconvenientes. O los normales: una misa larguísima con todos los ritos paganos habituales como el transmitirnos fuego (adoración al Sol) y comenzar a comer el cuerpo de cristo (si eso no hace alusión al canibalismo, que me quemen en leña verde). El padre, como el grueso de la gente educada, hablaba con soltura, no sin las habituales muletillas del castellano: “lo que es”, el tipiquísimo “ya que” o terminar las frases con un “¿no?”, faltas que pueden soportarse.
Después de la misa fuimos a la casa de la mamá de Martina, es decir, la abuela de mi ahora ahijado. Tremenda satisfacción porque estaba a dos cuadras del templo. Hemos de recordar que Martina vive en la punta del cerro del cuatro (literalmente). Allí me alcanzó Cynthia, mi novia, que sin ella no sé que habría hecho. Ahora lo sé pero han de esperarse hasta el final del escrito si desean saberlo. En la casa se encontraban: los hermanos de mi ahijado, dos tíos, una tía, la mamá, el papá y la abuela.
El hermano de martina es todo un personaje. El señor emigró a EE.UU. siendo menor de edad, ahora tiene familia y hartos dólares. Se la pasaba diciendo que los ricos son malos y los pobres, buenos. Corrección, el señor decía: los humildes, buenos. No sé de dónde sacan que humildad es sinónimo de pobreza. Había muchas frases en las que Cynthia y yo solo nos mirábamos cómplices.
Nos convidaron a un pollo asado para comer. Claro, siguiendo su arcaica tradición de alimentar primero a los varones. Cynthia no lo notó y yo, al ser invitado, no me atrevía a contradecir sus usanzas. Así que cuando nos sentamos a la mesa le pedí a Cynthia que se levantara y que dejara comer a los hombres primero. Ella obediente se puso en pie, se excusó y… ¿A poco me creerían capaz de hacerlo? y a Cynthia capaz de obedecerme. Esa es una de las tradiciones que hemos de rechazar a base de puntapiés y si en algún momento estoy presente cuando se repita, olvidaré mis normas de civilidad y me levantaré de la mesa ¿Cómo puede haber sitios en donde coman las mujeres aparte? Si creían que solo ocurría en Kabul, Bagdad o Islamabad ¡estaban equivocados! las costumbres machistas aun existen y con gran fuerza en nuestro país ¡desechémoslas! Creo que ese será mi próximo ensayo.
Comimos y utilizamos la primera excusa para retirarnos. Cual sería mi sorpresa que no contentos con un solo padrinazgo, Jesús Alberto, con su cabeza gacha me reitera la invitación pero ahora para su confirmación. Yo estaba tranquilo, al cabo las confirmaciones no son sino hasta los dieciocho años, edad en la que estas seguro de tu fe. No, resulta que por ser niños de lento aprendizaje los empezarían a preparar (o adoctrinar) para que la confirmación se lleve a cabo el 26 de julio. Del 10 de mayo al 26 de julio: dos meses dieciséis días ¡dos meses dieciséis días! ¡Bendita unción! ¡Cristo Rey de Monterrey!
El plazo se cumplió y nuevamente el mayor inconveniente fueron los gastos que implica. Agradezco de nuevo al subsidio maternal que ahora se apiadó de mi cartera. Digamos que mi minúsculo sueldo no alcanza para satisfacer las avariciosas expectativas de las abusivas catequistas. Tantos adjetivos son solo para mostrar mi inconformidad. Pinche gente, se aprovechan de la gente bajo la promesa del reino de los cielos. Mi primera comunión la hice con una biblia roja y una vela forrada en yute: “simpler the better”. Nada de andar forrando las biblias en poliéster blanco, con incrustaciones de bisutería y un listón para que nadie la abra. Para que la palabra de nuestro santísimo señor sea un adorno, y un adorno naco.
Después de soportar el calor y la encerrazón de una iglesia repleta, el Señor obispo le aceitó la frente, le dio su cachetada, y con esto recibió al Espíritu Santo. Al salir me convidaron a comer tamales, ahora a la casa de Martina. Solamente asistiríamos la familia directa y yo. La abuela del niño y su tía no irían porque no soportan al marido. Allá ellas. No es que Miguel sea santo de mi devoción, es más, todo lo contrario, pero me tiene muy sin cuidado que no nos acompañase una viejita y su hija cotorra que nomás se la pasan peleándose con quien pueden.
Ahora viene la parte interesante. Fuimos a la punta del cerro, esquivando a los baches, charcos, perros, cholos, piedras etc. Llegamos y estacioné el coche donde mejor se pudo. No sobre la calle de martina porque eso no puede llamarse calle. Son piedras salidas mezcladas con basura, la parte de suelo fértil que pudo haber contenido ya se ha ido gracias a la erosión causada por el agua que ahora es encausada por esa calle. La basura sigue ahí porque cada vez va llegando nueva. Se la lleva el agua y regresa como por arte de magia.
La casa en donde vive no va tan de acuerdo con las condiciones de la zona. Yo me hubiera imaginado un cuchitril inhabitable, pero no. Tampoco estoy afirmando que esté bonito, pero he conocido condiciones de pobreza mucho peores. El baño que es probablemente el espacio mas importante tiene agua corriente y drenaje, no despide olores inhumanos. Toda la obra huele a cal, pero es mucho menos desagradable el olor a hidróxido de calcio al de las heces fecales. Eso sí, cuentan con dos teles con sus respectivos DVDs.
Salir del cerro del cuatro. Esa sí es todo una experiencia. En donde me estacioné no había espacio suficiente para girar el coche, así que procedo en reversa. Dos cuadras sorteando los baches hasta que en una bajada, logro encaminar la cola y virar. Yo seguía mi instinto: el de bajar por donde se viera más bonito. A los pocos minutos me encontré con un oscuro charco. Aguas negras revueltas con tierra. Tenía dos partes, una llena de agua y otra más lodosa. La decisión fue difícil, entre el lado al que era imposible determinar la profundidad o el resbaloso lodo. Opté por el lodo. Mala opción. Todo ocurre en esos instantes: Tengo la cabeza fija en no dejar de acelerar pero no acelerar mucho, lento pero constante. A momentos el coche tiende hacia uno de los dos lados, sendos a cual más de peligrosos. Avanzaba lento pero avanzaba. El obstáculo final se acerca, una pequeña subida en el charco, una especie de machuelo. Obstinado en no dejar de acelerar continúo mi rumbo, me acerco a la subida, cada vez más, parece que lo voy a lograr, un poco más, estoy a punto. El coche se comienza a desacelerar, cada vez más. Se detiene. Comienza el descenso, ahora voy para atrás. Trato de acelerar más pero las llantas patinan. Todo fue inútil, me quedé atascado en el Cerro del cuatro.
Está cercano el ocaso, sé que ese barrio no es uno por el que se desee deambular de noche. Se empieza a juntar una pequeña multitud. Las mujeres divertidas se asoman y comentan mi desgracia. Los hombres parecen decididos a no dejarme escapar. Uno de ellos me dirige la palabra “era por acá” señalando el lado del charco cubierto por el agua. Información que llegaba demasiado tarde, la catástrofe había sucedido. Cada persona que se acercaba daba instrucciones diferentes, yo, desesperado obedezco las instrucciones, un tanto para no provocar la ira de los individuos y otro tanto para salir mi debacle. Salí de mi vehiculo, incluso le sugerí a uno de los cholos que manejara mi coche, con el riesgo de que huyese, pero para mostrar mi interés en salir de tan embarazosa situación. Afortunadamente rechazó mi oferta.
A los pocos minutos se acercaba un hombre de mayor edad, parecía ejercer cierto respeto ante los demás. Servicial, a pesar de su pinta de maleante, ofreció ayudarme “hay nos das pa’ las caguas, Barrio”. Accedí gustoso y con el apoyo de muchos residentes, salía del charco. Avanzo hacia la calle, dispuesto a frenar para cumplir con mi parte del trato una vez que hubiera salido del charco. No me dieron tiempo de demostrar mi buena voluntad bajo el grito “agárrenlo, que se nos pela”. Me detengo. En mi cartera solo traía 100 pesos. Se acerca el líder y se los doy “no traigo más” dije. El hombre agradecido, pero entendiendo la situación me devuelve 50 pesos. Llego a una calle donde pasan camiones y patrullas y continúo mi descenso. Avanzo sin percances. Incluso, habiendo pasado ya por aquello y delatando mi completa foraneidad a la colonia, me atrevo preguntarle a un civil por la calle Ocho de julio. “A dos cuadras” ¡Cuánto agradecería llegar a una calle plana!
Hasta aquí mi experiencia, que me costó tan solo cincuenta pesos pagados con gusto. El resto es el trayecto a casa de Josean y Luisfer (otro) bajo los acordes de Pink Floyd con su progresivo Shine on you crazy diamond, a todo volumen, con los vidrios arriba y el seguro puesto.
lunes, 28 de julio de 2008
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