lunes, 29 de noviembre de 2010

Cómplice

Estoy sentado en el tren, se detiene. Mis páginas me absorben, una tras otra. Infinitas. Se pone de nuevo en marcha. De pronto, los renglones se tornan borrosos y desde mi nariz crece una ola de placer que después de terminar la inhalación permanece unos segundos. Soy forzado a cerrar los ojos y esa ola olfativa se convierte en un escalofrío cálido que se extiende cual vibración por mi cuerpo. Rebota en la nuca, baja al pecho, llega hasta mis dedos del pie.

Este trance de unos segundos en realidad fueron siglos en sensaciones. Abro los ojos. Allí está. Sus ojos claros, su pelo lacio. Su mirada que se agacha, mientras que la mía permanece boquiabierta. Inhalo. Ahí está esa complicidad que sé que solo yo puedo sentir. Su perfume, su olor. Invade de nuevo mi cuerpo. Inmensa ternura. La quiero abrazar. Larguísimos instantes. Imágenes en mi cabeza: la cama, el abrazo, la foto de aquellas vacaciones, el primer hijo, somos ancianos. El tren se detiene. Mi amada desciende. Una vida en 5 minutos. No nos conocemos y aun así ella y yo somos cómplices.

Mi inmunda parálisis.

1 comentario:

León Mayoral dijo...

Luisfer, esto es símplemente genial. Me siento muy identificado con ese sentimiento, esa experiencia, ese deseo. Alguna vez también me he enamorado por unos instantes de una joven mujer que se acerca sólo por unos momentos a mi vida, y luego... desaparece para siempre. Me encanta tu escrito.

León. =)