sábado, 1 de mayo de 2010

El sueño de Martín Moreno

Publicado en México2040

Esta carta me llegó por medio de EOM (otro de los conciudadanos comprometidos que quedan), a quien a su vez le llegó por medio del Excelsior del 30 de abril.

Francisco Martín Moreno publica su versión del México utópico. A mí se me hace que a él, como historiador, no se le puede creer mucho y que incluso critica lo mismo que se le puede criticar a él (amarillismo, información manipulada, ganancias, etc.) . Pero en esta carta no se le puede refutar como historiador porque este es un ensayo, y al ser una opinión no se le puede calificar de bueno o malo. A mi gusto raya en lo cursi, pero es uno de esos textos que pegan en la entraña y te ponen la carne de gallina. Creo también que encaja perfecto en los objetivos de México2040.

La pongo aquí tal como me llegó. Como siempre, de cajón, no creas lo que lees en Internet, por favor. No sé que tan editada esté y ni siquiera sé si en efecto, la escribió Martín Moreno. En fin depués de leerlo contesta ¿cuál es tu sueño? ¿qué quieres que pase en tu México utópico?

Pd: Feliz día del trabajo


Yo también tuve un sueño

Francisco Martín Moreno


30-Abr-2010

Soñé que los comerciantes dejaban de vender kilos de 800 gramos y los jueces impartían justicia sin abrir el cajón para recibir los sobornos y enajenar la ley al mejor postor.


Una de esas noches de luna inmóvil y viento mudo soñé que los maestros mexicanos decidían capacitarse profesionalmente porque de ellos dependía, en buena parte, el futuro de la nación. Soñé que los padres decidían arrebatarle al gobierno, un pésimo maestro según lo demuestra la realidad, la educación de todos nuestros hijos y proliferaban las escuelas privadas. Soñé que en el seno de las familias mexicanas dejaba de incubarse la corrupción: el padre ya no aplaudía al hijo por haber cometido un fraude al copiar en los exámenes y, al mismo tiempo, dejaba de sobornar a la policía de tránsito enfrente de los suyos. Nuestros niños crecían con un nuevo concepto de la ética inspirado en el respeto a la ley y a las buenas costumbres. En las escuelas mexicanas ya no se incubaba la mediocridad, sino que surgían ciudadanos convencidos de la importancia de la información académica.}


Soñé que los sacerdotes católicos dejaban atrás el pernicioso celibato y se extinguían las desviaciones pederastas. Soñé que el clero publicaba sus ingresos y explicaba cómo los destinaba a la caridad. Se acababa el comercio espiritual. Soñé que ya no existía la evasión fiscal y la autoridad, por otro lado, aprendía a gastar de manera eficiente y honorable. México se desarrollaba a una velocidad meteórica. Soñé que los laboratorios ya no vendían medicamentos prohibidos por la Organización Mundial de la Salud, que los agricultores ya no traficaban con productos estimulados con fertilizantes cancerígenos ni los avicultores y los ganaderos hacían crecer a sus animales con hormonas. La buena salud era una realidad.


Soñé que los narcotraficantes dejaban de envenenar, por convicciones personales, a la juventud y a la sociedad, se extinguían los cárteles y se desplomaba el precio de la cocaína a menos de cinco pesos el kilo. Los consumidores se dirigían a centros de rehabilitación en busca de ayuda para liberarse de las adicciones. Soñé que los industriales se abstenían de descargar sustancias tóxicas en los ríos condenándolos a la extinción y acabando con toda posibilidad de vida humana y animal. Las playas mexicanas ya no resultaban contaminadas con diferentes desechos humanos, químicos y animales. Se podía nadar sin peligro a contraer infecciones en los ojos, en los oídos y en el estómago.


Soñé que las policías del país ya no estaban integradas por bandas de criminales, que los políticos escuchaban y convertían la voluntad popular en leyes, desaparecían los monopolios públicos y privados, se democratizaban los sindicatos oficiales liberándolos de sus secuestradores y se ejecutaban las tan ansiadas reformas estructurales.


Soñé que los comerciantes dejaban de vender kilos de 800 gramos y los jueces impartían justicia sin abrir el cajón para recibir los sobornos y enajenar la ley al mejor postor. Soñé que los cientos de miles de millones de dólares que, año tras año, mandaban a Asia nuestros socios en el Tratado de América del Norte, se invertían en México para crear empleos dignos y bien remunerados, con lo cual se acababa el interés por emigrar al norte del río Bravo y se apagaban millones de mechas encendidas, las de quienes estaban sepultados en la desesperación y en la miseria. Soñé que había una gran escuela de administración de empresas en donde se forjaban hombres de negocios capaces de crear millones de plazas de trabajo, con imaginación, coraje y audacia. Soñé que la mayoría necesaria para aprobar leyes en el Congreso de la Unión se reducía a 35% y, como por arte de magia, desaparecían la parálisis legislativa, la parálisis económica y la parálisis social. Las leyes se aprobaban sin mayores dificultades por el partido dominante. México volvía a respirar, México se revitalizaba, México crecía. Soñé que el periodismo amarillista dejaba de publicar, en sus primeras planas o en sus noticiarios más destacados, los dramáticos hechos de sangre que hablaban de un estado prerrevolucionario. Ya no escandalizábamos al mundo entero. No se trataba de vender más periódico, sino de cuidar a México. Se explotaba talentosamente el turismo. Soñé que algunos periodistas ya no se jactaban de haber entrevistado a criminales, envenenadores del pueblo, sino que daban las pistas necesarias para lograr su detención. Ya no era un orgullo profesional haber entrevistado a una rata inmunda ni lo anterior era aplaudido por la opinión pública: la ética y el amor a México se imponían.


Soñé que los constructores ya no colocaban alambrón, cobrándola como varilla de acero. Soñé que a través de una reforma política se reducía el mandato presidencial a cuatro años, con la posibilidad de reelección por otros tantos más, cuando la suerte nos llegara a premiar con la presencia de un auténtico estadista dotado de una clara visión del futuro. Soñé que los historiadores mercenarios de golpe dejaban de serlo y escribían crónicas reales, cercanas a la verdad revelada en sus investigaciones, sin recibir consigna alguna, de la misma manera en que los periodistas ya no aceptaban sobres llenos de billetes para confundir a la opinión pública, a la que se deseaba engañar ocultando una realidad inconfesable.


Soñé, soñé y soñé sin darme cuenta de que ya me había muerto…

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