Hoy fue
uno de esos domingos que al estar desperdiciando tiempo en
Facebook trabajando como mexicano en el gabacho, repicó en mi cerebro
una cancioncilla. Una sorpresa tan agradable. Tan nítido el repique que hasta
se me puso chinita la piel. No tuve opción, bloqueado cerebro decidí entregar
mis tímpanos a cuan disfrutable placer. Mentalmente seguí el repique de ese
sensual teclado hasta darme cuenta que mi subconsciente me rogaba… me decretaba
escuchar Take a Bow (de Muse, sin
lugar a duda). Y así sigue sonando por tercera vez consecutiva.
Me hizo
pensar en el repique ¿por qué pasa que tras una noche de altísimo
volumen—antro, concierto, sexo—se queda grabados en tu memoria involuntaria
esos sonidos? Pero fenómeno extraño se alteran entre un volumen alto y bajo,
como si te gritaran en el oído o como si te susurraran. Tomemos el ejemplo del
sábado (no, desafortunadamente no tomé parte en el coito).
Llegue
a mi casa después que el periódico—si he de añadir—y con una sana dosis de estimulantes. Al estar
escuchando el silencio, regresaban a mi canciones (no es de extrañar) pero por
qué el cambio de volumen ¿es acaso alguna rareza en la paridad de mi oído y
memoria? Realmente no me importa porque a veces me obliga a escuchar de nuevo a
Muse.
Hablando
de estimulantes ¡vaya que el alcoholito
altera la percepción del mundo! Afortunadamente este psicotrópico no tienen en
mí afectaciones a la memoria—salvo el caso del volumen alternante de los
recuerdos musicales, creo—. Por tanto sé que no me arrepiento porque justamente
no hice aquello por lo que podría arrepentirme. Casi, pero no.
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