Tal vez para muchos era obvio, muchos creían en mi desde el principio. Muchos sabían que lo lograría. Por suerte sí sucedió, lo logré, me pasó muy cerca la bala pero ya casi puedo decir que he alcanzado mi objetivo, digo todavía faltan cuatro meses de intenso trabajo pero ya el riesgo es mínimo. Pero ¿qué hubiera pasado si no? ¿Qué hubiera pasado (o que pasaría) si regreso a México con las manos vacías?
¿Habría defraudado a muchos? Ellos y ellas me aseguran que no, pero dentro de mí sabría que a su vez dentro de ellas y ellos, un cambió sí habría habido. Tal vez lo veo ahora tan radical porque ya pasó, lo logré y el hecho de que me haya costado un huevo me forjó y me enseña a saber que si bien ahora estoy bien, en cualquier momento puedo defraudar a los que están cerca de mi e incluso a mi mismo.
Pero también me enseña que aunque a mi parecer este proceso no haya sido del todo justo conmigo, el hecho de haberlo dado todo, de haber echado toda la carne al asador, de haber dado mi máximo, por lo menos fue suficiente: lo mínimo suficiente. Me enseña que la vida es como una taza de café expreso, corta y amarga; pero que si la preparas bien te da mucho más placer que un litro de café de filtro.
El expreso que llevo preparando dos años—que parecieran haberse drenado en dos horas—estuvo a punto de echarse a perder. Por suerte no fue así. Me costó. Y creo que el haber probado la derrota, el saber que todo estuvo perdido por unas—ahora sí—larguísimas semanas me regresó a la tierra. Quizás mi buen amigo el Tubérculo no tenga necesidad de darme la patada en los yarboklos que prometió si le restregara mi papel, porque aprendí que la diferencia entre haberlos obtenido y no, fue insignificante, ergo no hay nada que restregarle a nadie.
Por lo pronto creo tener los pies en la tierra, pero estoy flotando en una nube de indescriptible felicidad y alivio. Espero se me perdone esa indulgencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario