lunes, 29 de noviembre de 2010

Cómplice

Estoy sentado en el tren, se detiene. Mis páginas me absorben, una tras otra. Infinitas. Se pone de nuevo en marcha. De pronto, los renglones se tornan borrosos y desde mi nariz crece una ola de placer que después de terminar la inhalación permanece unos segundos. Soy forzado a cerrar los ojos y esa ola olfativa se convierte en un escalofrío cálido que se extiende cual vibración por mi cuerpo. Rebota en la nuca, baja al pecho, llega hasta mis dedos del pie.

Este trance de unos segundos en realidad fueron siglos en sensaciones. Abro los ojos. Allí está. Sus ojos claros, su pelo lacio. Su mirada que se agacha, mientras que la mía permanece boquiabierta. Inhalo. Ahí está esa complicidad que sé que solo yo puedo sentir. Su perfume, su olor. Invade de nuevo mi cuerpo. Inmensa ternura. La quiero abrazar. Larguísimos instantes. Imágenes en mi cabeza: la cama, el abrazo, la foto de aquellas vacaciones, el primer hijo, somos ancianos. El tren se detiene. Mi amada desciende. Una vida en 5 minutos. No nos conocemos y aun así ella y yo somos cómplices.

Mi inmunda parálisis.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Alsacia

Atención familiares o amigos, si me tienen en alta estima o aún les incito a respetarme, por favor no lean. Demonios si uno empieza así justo van a querer leerlo pase lo que pase, el síndrome del “No te imagines un elefante rosa”. Tal vez debí haber empezado por: Aquí encontrarás como preparar una deliciosa receta de tofu, baja en sodio y baja en calorías.

Empiezo.

Mi actual patrón es un tipo de brillantes ideas. Yo estoy en su equipo de rebote, soy lo más cercano a un ingeniero, en un equipo donde todos están cercanos a ser administradores (o algo así, la verdad no entiendo muy bien). El caso es que a este señor se le ocurrió hacer un taller de Gestión de Logística (así se llama mi área). Va pues. El concepto es que en medio de la semana, en un mundano miércoles y jueves, nos vamos a encerrar a un hotel y escupir ideas.

Nos citaron tempranísimo, que después de todas las peripecias de conexiones y demás significó levantarme a las 5.30. Todos los que me conocen saben cómo soporto bien las desmañanadas, es más incluso saben que me gustan, que pienso que dormir poquito menos de vez en cuando no hace daño y que además contribuye al carácter y a la disciplina. Sí. Ahí vamos al taller. Y la ventaja de trabajar en una triple frontera es que el taller fue en un pueblecito francés.

Hicimos el taller del cual, aunque quisiera, no podría dar detalles. Porque mientras que el formato de mis reflexiones son en celdas de Excel, las de ellos son en FODA (fortalezas, oportunidades, debilidades, amenazas… o esos términos rimbombantes que les encantan). Si de por sí ya me sentía extranjero hay que subrayar que sus ideas –todas- están en alemán.

Pero lo importante no fue el taller. A mediodía nos dieron de comer en tres tiempos, con jamón serrano, salmón, paté, camarones, Spätzli (unos como ñoquis alemanes), helado, panecitos… buenísimo. Y para cenar ¿por qué no? ¡Vamos a Alemania! Ahí vamos detrás del río a buscar las especialidades alsacianas. Fuimos a comer Flammkuchen (se lee flamcújen). Es como una masa de pizza, solo que en extremo delgada, y en vez de salsa de tomate tienen crema y de toppings tocino, cebolla y queso. Todo al horno de leña y en un restaurant abarrotado, muy al estereotipo teutón. Por supuesto el único acompañamiento imaginable es cerveza.

Y justo ahí empieza la hecatombe. Siendo yo el único extranjero (había en el grupo suizos y alemanes, y aunque se empeñen con esmero en encontrar las sutiles diferencias, la realidad es que son igualitos… si esto lo leyera algún ciudadano de estos países me la mentaría, estoy seguro, en fin continúo…) me propuse a demostrar que puedo beber de su chela al parejo. Pues a la primer cerveza a las 20.00 le siguieron otras: en el camino al restaurant, y otras EN el restaurante y otras después del restaurante. Para cuando llegamos al hotel yo me sentía agradecido (y borracho) por haber llegado.

Pero en cuanto la camioneta estuvo debidamente parqueada que dicen ¡ámonos! Y ahí van los 8 tornillos que conforman la expedición en busca de más (always more) cerveza. Siendo miércoles, no había nada abierto. Además estábamos en un rancho franchute un equipo de civilizados alemanes y suizos (y yo) así que no propusieron, nada tipo antros o puticlubs. Nos conformamos con el bar local. Por supuesto estaba vació, solo estaban el dueño y los teporochos de costumbre. Y nosotros. Vengan las chelas. Yo no me rajo. Plaf chela. Y Luego otra, plaf, esta tenía 8% de alcohol, asquerosa. Y Plaf que piden más. Nimodo también tengo mi límite.

Lo bueno es que pa cuando decidí soltar la toalla, no fui el único, la mitad de los güeros ya tampoco podían. Pero los otros ¡plaf! Y que otra más. Y otra (as I said: Always more). Y yo que tenía la ilusión de reponer la madrugada del día anterior. Pues hasta que nos corrieron nos fuimos. Y si no, le hubieran seguido empacando, estoy seguro. Ya después caminamos como arañas fumigadas al hotel para dormir por 4 turbulentas horas.

Al día siguiente a las 8 estábamos todos desayunando. Un bufet de esos de hotel donde hay de todo yo con la panza revuelta como para entrarle agusto. Y luego a caminar durante horas por la cervecería hermana para conocer la planta. Pero se guarda en mi orgullo que los güeros estaban igual de destruidos que yo. Al grado que el que nos dio el tour, como todo orgulloso trabador de cervecería, nos quería “obligar” a tomar cerveza ¡ja, todos rechazaron! Yo no sé qué hubiera hecho si empezaban a beber de nuevo. Yo creo que tomar también y rogarle a nuestra Señora de Oaxaca por un poco de paz interior.

Ya para cerrar quedo sorprendido de la capacidad de estos individuos de beber cerveza. Digo los mexas no defendemos bien y tal vez no bebamos tanta chela como ellos. Pero, yo que no tengo ninguna garganta de dragón, he humillado sin intentar siquiera a los que se me ponen al brinco a los caballitos. Cada quien es de donde es ¿edá?